MADRID, lunes 24 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos una nueva contribución en nuestra sección Observatorio Jurídico, sobre libertad cuestiones relacionadas con los derechos humanos y su relación con la antropología y la fe cristianas, que dirige el español Rafael Navarro – Valls, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, y secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.
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Por Rafael Navarro-Valls
En rápida sucesión, el Senado español (18 enero) y el Parlamento europeo (20 enero) acaban de aprobar dos resoluciones condenando los ataques en Egipto, Nigeria, Filipinas, Chipre, Irán e Irak contra las minorías cristianas. Antes, lo había hecho Francia. Implícita o explícitamente, en esas declaraciones se rechaza la instrumentalización de la religión en conflictos de naturaleza política, al tiempo que se hace una vigorosa defensa de la libertad religiosa.Los redactores lo que repelen – en mi opinión – es esa visión ingenua del estado de salud de los derechos humanos, que suele tomar la parte por el todo. Creer que, ya que Occidente goza de un aceptable reconocimiento de los derechos humanos, eso acontece en todas partes. Es lo que viene llamándose el “síndrome Internet”: la confortable ilusión de un mundo gratamente globalizado, que ignora que más de la mitad de los habitantes de la tierra desconocen las nuevas tecnologías.
En realidad, el integrismo es una sombra amenazante que se extiende en amplias zonas del planeta, erosionando los derechos humanos. Su existencia es tentacular, pues tiene varias versiones. Existe un integrismo supuestamente religioso que, en realidad, es una forma de fanatismo irreligioso. El fanático es irreligioso, en la medida en que recurre a la violencia, que una visión razonable de la religión rechaza y detesta. Por eso mismo, las recientes condenas de Occidente contra los ataques integristas a los cristianos de Oriente no pueden ser interpretadas como formas de islamofobia, precisamente por que lo que se rechaza es la oscura vertiente política de los fanáticos, que suelen ampararse en cortinas de humo supuestamente religiosas. Se entiende así que 70 personalidades musulmanas hayan publicado un manifiesto con el expresivo título “El Islam, escarnecido por los terroristas”. Se refiere expresamente a las “atrocidades cometidas en nombre del Islam” contra los cristianos en Egipto y en Iraq. Afirma que “estos asesinos no son del Islam y no representan en absoluto a los musulmanes”. Rechaza en concreto la que consideran usurpación de la propia identidad religiosa por parte de “falsarios”que esgrimen la religión como un arma destructiva. El mejor test para evaluar el grado de respeto de los derechos humanos es la libertad religiosa. De ahí que la alarma de Occidente sea justa.
Pero junto al fundamentalismo supuestamente religioso existen otros más subterráneos, que suelen expandirse en zonas de Occidente presuntamente respetuosas con los derechos humanos. No me refiero tanto al fundamentalismo de base freudiana, que disuelve la religión en ilusorias manifestaciones psíquicas, sino al que Jorge Semprún llama “fundamentalismo de la purificación social”. Aquel que, si en el día a día tiende a eliminar lo discrepante, en el complejo marco de las relaciones conciencia civil /conciencia religiosa ha decretado dictatorialmente que la segunda es sólo un residuo en un horizonte agnóstico.
Unos y otros fanáticos –los de Oriente y Occidente - son los mismos que han puesto en circulación una especie de policía mental, cuyos agentes se dedican a una caza de brujas, en la que la primera baja es siempre la libertad. Como dijo Holmes hace tiempo: “La mente del intolerante es como la pupila de los ojos, cuanto más luz recibe, más se contrae”.
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