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EL CARDENAL VALLINI CONSTATA UNA PERSECUCIÓN “SUTIL Y SILENCIOSA”

ROMA, miércoles 15 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- “Existe otra forma de persecución”, a la vez “sutil y silenciosa, pero no por ello menos grave”, “en las naciones de larga tradición cristiana que parecen hoy querer olvidar sus raíces”.
Lo afirmó el vicario del Papa para Roma, el cardenal Agostino Vallini, durante la celebración de la misa anual por Francia, este lunes 13 de diciembre en la catedral del Papa, San Juan de Letrán, en Roma.
“El mundo de hoy necesita cristianos que profesen su fe con valentía y que, también en las dificultades, permanezcan fieles a Cristo, lo reconozcan y lo muestren a los hombres de nuestro tiempo como único Salvador”, destacó.
El purpurado empezó su homilía refiriéndose a santa Lucía y constatando que “la historia de la comunidad cristiana, desde el principio, ha estado marcada por la persecución”.
Después recordó que “todavía hoy, en distintas partes del mundo, los discípulos de Jesús son objeto de vejaciones y de crueles violencias” y se refirió a “nuestros hermanos que, en los últimos meses, han sufrido en Oriente Medio y en algunos países de Asia”.
A continuación llamó la atención sobre otra forma de persecución que se da en países de larga tradición cristiana, donde la fe “cada vez es más marginada y reducida a un hecho privado”.
En esos lugares, la fe “no debe tener ninguna influencia pública y, por tanto, no debe ofrecer su propia contribución a la construcción de una sociedad auténticamente humana, en la que el hombre, cada hombre, es reconocido por lo que es, y no por lo que tiene, en base a su inviolable dignidad”, dijo.
“El individualismo creciente y la búsqueda del bienestar personal o nacional son el síntoma más evidente de ello”, lamentó.
La Palabra y los mártires
En este marco, el cardenal Vallini propuso la Palabra de Dios y los mártires como “una luz” y “un don precioso puesto ante nosotros para que encontremos la fuerza y la valentía de vivir como discípulos de Cristo”.
“La meditación de la Sagrada Escritura, a través de la práctica de la lectio divina, se encuentra en la base de toda existencia que quiera ser auténticamente cristiana”, afirmó.
A continuación, se refirió a los santos Bernardo de Claravall, Francisco de Sales y Teresa de Lisieux como “ejemplos luminosos de hombres y de mujeres” dedicados en Francia a la lectura orante de la Palabra de Dios.
También destacó que “la Eucaristía ha sido el alimento que ha sostenido a los mártires durante su peregrinación terrestre y sobre todo en el momento supremo de la fidelidad a Cristo, cuando prefirieron morir a renunciar a su fe”.
Contra las ideologías: Cristo
Y pidió “la fuerza para adherirnos siempre a Jesucristo y no dejarnos intimidar por las ideologías contemporáneas que pretenden tener autoridad sobre la vida del hombre”.
En este sentido, se refirió a la pretensión de la ciencia como único camino para la felicidad y a una idea equivocada de libertad según la cual cada uno puede hacer lo que quiera.
“La verdadera libertad es estar unidos a Cristo y la felicidad, para el hombre, consiste en el don de sí mismo, a imitación del divino Maestro”, afirmó.
Y concluyó pidiendo que Francia “pueda conservar la fe cristiana que ha recibido a lo largo de los siglos del testimonio heroico de tantos hombres y mujeres, y que la pueda transmitir a las nuevas generaciones para que Europa permanezca fiel a sus orígenes y continúe siendo un faro de civilización para el desarrollo integral de toda persona humana”.
Asistieron a la eucaristía por la prosperidad de Francia el embajador de Francia ante la Santa Sede, Stanislas de Laboulaye, y numerosos franceses de la comunidad de Roma.
La misa pro natione gallica se celebra cada año en San Juan de Letrán el día del cumpleaños del rey Enrique IV, quien realizó esta exigencia al hacer una generosa donación al Capítulo de Letrán en 1604.
Este rey había heredado un reino fuertemente dividido entre católicos y protestantes. Al convertirse él mismo al catolicismo, adoptó una legislación que concedió a los protestantes una importante libertad religiosa (Edicto de Nantes, 1598), lo cual le permitió pacificar el reino.

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