El próximo sábado (22-3-14) se llevarán a cabo los funerales del jesuita José Fan Zhongliang, el obispo de Shanghái que falleció el domingo pasado a la edad de 96 años en el departamento en el que vivía desde hace décadas bajo arresto domiciliario. El gobierno nunca reconoció su elección episcopal, que se llevó a cabo en 1985 de manera clandestina, pero con el visto bueno de la Santa Sede. Por este motivo los funcionarios del aparato chino después de la muerte secuestraron el birrete violeta del obispo, signo exterior de su dignidad episcopal, pero tuvieron que restituirlo debido a las insistentes peticiones de los amigos de Fan. Participarán en los funerales del obispo (que celebrará seguramente en la Yishan Funeral Home de Shanghái el sacerdote José Zhu Yude, amigo y colaborador del difunto) alrededor de 2000 fieles.
Desde hace por lo menos tres lustros Fan vivía una batalla en contra del Alzheimer y pasaba sus días sin recuerdos en el departamento en el que estaba recluido. Pero según la Santa Sede era justamente él el obispo ordinario titular de la diócesis de Shanghái. El también jesuita Aloysius Jin Luxian, ordenado obispo de la misma ciudad en 1985 con el visto bueno del gobierno pero sin el mandato apostólico, recibió la aprobación de la Santa Sede en 2004, pero, para ajustar la situación desde el punto de vista canónico, se le reconoció el título de obispo coadjutor.
Jin falleció hace casi un año. Ahora, con la muerte de Fan, se vuelve casi inevitable tanto para la China popular como para la Santa Sede afrontar y tratar de desenredar la complicadísima madeja canónica y pastoral que vive la diócesis católica china más importante desde hace casi dos años. Es decir desde que el obispo auxiliar Thaddeus Ma Daqin, que habría debido suceder tanto a Fan como a Jin (subsanando a nivel canónico las divisiones entre la comunidad católica “abierta” y la comunidad “subterránea”) fue castigado por el Colegio de los obispos chinos (órgano controlado por el poder civil y no reconocido por la Santa Sede) con el retiro de la autorización para desempeñar el ministerio episcopal y una suspensión de dos años del ejercicio del sacerdocio en público. ¿Por qué? El día de su ordenación, el obispo Ma Daqin habría usado expresiones que sonaron como una clara distancia frente a la Asociación patriótica de los católicos chinos (el instrumento con el que los aparatod chinos pretenden guiar a la Iglesia desde dentro).
En las vidas paralelas de los jesuitas Jin y Fan (que concluyeron a pocos meses de distancia) y en el “impasse” que vive actualmente la diócesis de Shanghái se resumen todas las fatigas y las llagas que hieren la vida de la Iglesia en el ex “Celeste Imperio”. Y están las de antaño, relacionadas con la política religiosa impuesta por el poder civil. Pero también hay otras más recientes, vinculadas, en parte, con ciertos clericalismos “sui generis” que desfiguran el rostro de la Iglesia al otro lado de la Gran Muralla.
En Shanghái, durante los años 50 del siglo XX, la estrategia maoísta para separar a la Iglesia china de la comunión visible con el sucesor de Pedro usó una de las operaciones más tangibles. En una persecución que comenzó la noche del 8 de septiembre de 1955 fueron encarceladas más de 400 personas, incluido el obispo Ignatius Gong Pinmei, todos los sacerdotes que eran sus colaboradores y casi todos los laicos inscritos a la Legión de María, acusada de ser un grupo paramilitar bajo el mando de las potencias capitalistas. Entre los arrestados estaban dos jóvenes amigos: Aloysius Jin y José Fan, de la Compañía de Jesús como Papa Francisco. Su obispo confiaba muchísimo en ambos: al primero lo nombró rector del seminario mayor y al segunto le encomendó el seminario menor. Después de los años terribles de la Revolución cultural, depués de casi cinco lustros en prisión y de conflictos, Jin y Fan fueron liberados como miles de sacerdotes, religiosos y fieles. Durante la década de los años ochenta, la China de Deng Xiaoping volvía a abrir las puertas de las Iglesias, invitaba a sacerdotes, monjas y obispos a volver a sus trabajos y tareas, aunque todo bajo un estricto régimen de vigilancia política.
Entonces sus caminos se dividieron. Jin aceptó convertirse en rector del seminario y en 1985 fue nombrado obispo auxiliar de Shanghái, con el permiso de Pekín pero sin el del Papa; en 1988 habría incluso asumido la responsabilidad de la diócesis, mientras el viejo Gong Pinmei, legítimo titular de la sede episcopal, transcurría sus días en arresto domiciliario (en mayo de ese año habría comenzado su exilio en Connecticut).
Fan, en cambio, se negó a colaborar con los organismos “patrióticos”, que el régimen imponía como instrumentos de control de la vida de la Iglesia. En 1985 también fue ordenado obispo, pero clandestinamente, y el Vaticano lo reconoció como único legítimo sucesor de Gong Pinmei, que falleció en el año 2000.
Las comunidades de los fieles “subterráneos” que seguían recitando rosarios y celebrando misas encerrados en casas privadas, manteniéndose a buena distancia de las Iglesias que iban abriendo una tras otra bajo el control del gobierno, se estrecharon alrededor de Fan. Mientras Jin se encargaba de volver a poner en marcha todas las estructuras eclesiales autorizadas por el gobierno: nuevas Iglesias construidas en toda la ciudad, un seminario de vanguardia, un taller tipográfico para imprimir el Evangelio para toda China, escuelas profesionales... y de mantener los contactos con universidades e intstituciones católicas de todo el mundo.
En 2004, después de un largo discernimiento, la Santa Sede también reconoció que también Jin, como gran parte de los obispos ordenados ilegalmente en esos años en China, no pretendía construir la Iglesia nacional “autárquica” sometida a la propaganda del régimen. Con un “albur” canónico, aceptó ser ordenado obispo sin el beneplácito del Papa pero con la intención de favorecer la continuidad de las instituciones eclesiales y de la administración de los sacramentos necesarios para la vida de los fieles a la luz del sol. Por ello su ordenación episcopal fue legitimada por Roma. Con una “estrtategia” canónica, se le concedió el título de obispo coadjutor de Shanghái, mientras Fan seguía siendo el titular de la diócesis. Sobre todo, se animaron sus intentos por identificar a un sucesor que pudiera ser reconocido como obispo tanto por el ala “abierta” como por el ala “subterránea” de la diócesis de Shanghái. Ya en 2005 Jin había orquestado la ordenación como obispo auxiliar de José Xing Wenzhi, quien en 2011 se retiró. Entonces volvió a empezar la búsqueda de un nuevo candidato: la aprobación generalizada indicaba a Thaddeus Ma Daqin, que se convirtió en obispo con el beneplácito de ambas comunidades católicas. La medida punitiva que pesa sobre él desde el momento de su ordenación le ha impedido ejercer el ministerio episcopal que se le encopmendó.
Ahora, muertos los dos “patriarcas” que desde orillas diferentes guiaron a la Iglesia de Shanghái, el escenario se muestra muy complicado debido a diferentes factores. El caso de la diócesis de Shanghái se está convirtiendo en una especie de prueba para evaluar las posibilidades de que se reestablezcan los contactos entre la Santa Sede y la China popular (ahora que en el Vaticano hay un nuevo Papa y en Pekín un nuevo presidente). Los aparatos que controlan la política religiosa gubernamental buscan salidas para este callejón sin salida creado, en buena medida, por sus mismas rigideces. Hace algunos días circuló la noticia de una inminente reapertura del seminario nacional de Shanghái, en donde las actividades fueron suspendidas desde que el obispo Ma Daqin fue ordenado y luego castigado. La solución más razonable sería la de una rehabilitación en conjunto del mismo obispo, aprovechando que en junio se vence el plazo de la suspensión del ejercicio público de su ministerio sacerdotal.
Vatican Insider
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