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Cercados por grupos armados y con escolta, aun así Caritas ayuda a los más pobres de Somalia


María José Alexander es mexicana y vive a miles de kilómetros de su tierra natal, en Yibuti, en el Golfo de Adén, un pequeño país que hace frontera con Eritrea, Etiopía y Somalia. Ella es la directora de Cáritas Somalia desde hace un año y medio. “Yo no trabajo para Cáritas de Yibuti, aunque viva aquí, sino para Cáritas de Somalia pero yo no puedo vivir en el país por la situación de guerra -nos explica-. En cambio, Yibuti es un país estable”. María José nos explica que todas las ONGs que trabajan en Somalia entran al país cuándo es necesario y luego salen. La mayoría están en Kenia, pero su caso es algo especial pues tras el asesinato en 1989 de monseñor Salvatore Colombo, obispo de Mogadiscio, la administración apostólica fue asumida por el ahora obispo de Yibuti, monseñor Giorgio Bertín. En cualquier caso: “Yo también voy a Somalia una vez al mes, reviso los proyectos y me vuelvo”.
Monseñor Colombo fue asesinado mientras celebraba Misa en la catedral de Mogadiscio
La directora de Caritas Somalia, aunque joven, posee una larga trayectoria en el campo de la cooperación y el desarrollo internacional. Es miembro del Regnum Christi y ha colaborado en numerosas ONGs en México y ha trabajado con comunidades marginadas en Chiapas, Oaxaca y Chihuahua. Con el tiempo, además, se ha ido especializando en la ayuda a personas que sufren desplazamiento forzoso dentro de México, Colombia y el Líbano, justamente el perfil de población con el que ahora trabaja en Cáritas Somalia: los desplazados internos.

En el país africano tiene un pequeño grupo de colaboradores locales, algunos voluntarios y otros contratados, que coordinan el trabajo diario en los diferentes proyectos: “En Somalia se puede trabajar pero con mucho cuidado, pues los cristianos somos el blanco de grupos terroristas como Al Shabab”.
La directora de Caritas Somalia en un campo de desplazados
Trabajo con musulmanes
“Nosotros trabajamos para musulmanes, pues todos nuestros proyectos son para la gente de Somalia, y en este país todos son musulmanes”, señala. “De hecho, nuestro obispo monseñor Giorgio Bertín, quien lleva 40 años en la región, siempre dice que nosotros trabajamos ‘no porque ellos sean cristianos, sino porque lo somos nosotros’. Son gente que necesita educación, y si el proyecto incluye formación islámica habrá que darla, como nos sucedió cuando levantamos una escuela en el sur de Somalia, en Baidoa, en donde parte del programa incluía estudios islámicos...”.
Justamente de esto queríamos preguntarle a María José. ¿Qué proyectos se pueden llevar a cabo en un país al que no puedes entrar y cuya población es totalmente musulmana?
En Somalilandia, un estado ‘independiente’ dentro de la propia Somalia, y sin reconocimiento internacional, “tenemos un programa que acoge a 40 niños que viven en campos de desplazados, y a ellos les pagamos la educación en un colegio privado en la capital, mientras a sus familias les damos el seguimiento que necesitan”. En esta misma zona, con el apoyo de la Conferencia Episcopal Italiana hay un proyecto de permacultura, con lo que la gente aprende a hacer de nuevo agricultura pero de una forma limpia y sustentable, y adecuada a un clima súper árido.
En Puntland, en el Cuerno de África, nos explica, comienza en estas fechas un proyecto de habilidades técnicas como mecánica y otros oficios. “Además, en esta escuela estamos apoyando un proyecto que se llama Gardening School, el cual está pensado para que estas personas, que son gente desplazada a veces de lugares en donde el clima interno no es tan árido y sí hay mucha vegetación, no olviden cómo era su tierra”.
No faltan proyectos sanitarios como el de Aluula, donde los terroristas del Isis tienen mucha influencia. Una de las colaboradoras de Caritas es partera, “y con ella queremos llegar a algunos lugares a los que no llega nadie, y en donde muchas mujeres mueren por falta de atención médica a la hora de dar a luz. Es una zona muy pobre y en la que ya hicimos una intervención en una época de inundaciones”.
En otros lugares, junto con una fundación italiana, se imparten cursos para enseñar a pescar. “Y por supuesto también ayudamos cuando hay emergencias: enviando comida, alimentos, médicos, etc.”, concluye.
Escuela de educación primaria en Baidoa, construida y sostenida por Caritas Somalia
Ayuda económica internacional
Todo esto es posible gracias a la financiación de organismos católicos como la Conferencia Episcopal Italiana, baste recordar que Somalia fue colonia de este país, pero también está la Catholic Relief Services -la Caritas americana-, y en ocasiones también las de otros países como la de España, Japón y Canadá, o recientemente la alemana con un proyecto en el que se intervino con motivo de la grave sequía.
Es difícil intuir en un país devastado por la guerra, a quién se debe ayudar primero, pero María José nos explica que Cáritas Somalia trabaja principalmente con los desplazados. Se trata de desplazados internos. Hay tal cantidad, que la imagen ya no es la de un campo de refugiados típico de Naciones Unidas.
Un ejemplo de ello es Baidoa, una ciudad rodeada por Al Shabab y otros grupos armados, y que se conecta con Mogadiscio por medio de un corredor: “En Baidoa hay más de 300 campos de refugiados… es como decir que toda la ciudad es un campo de refugiados, son lugares sin agua con grandes deficiencias y necesidades, hacinamiento, el cólera... Son gente de Somalia pero que no están en su región o en el territorio de su clan, son poblaciones discriminadas en su propio país, y refugiados internos”. Provienen de áreas azotadas por la sequía o porque los terroristas los expulsan, “zonas en donde no puedes entrar, bajo ningún concepto. Nosotros, lo que podemos hacer es trabajar con ellos esperando que algún día la situación pueda cambiar”.
Un campo de desplazados en Baidoa, al sur de Somalia
La ignorancia y la Cruz
Y, ¿la relación con las personas con las que trabajáis en el terreno, cómo es? “La radicalización está muy vinculada con la ignorancia de no saber quién es el otro”, nos aclara. “Para las personas que nunca han salido de su lugar tienen el concepto de que los cristianos somos los malos, pero al final con la gente que trabajamos a nivel diplomático son personas que se han formado en otras partes del mundo: Inglaterra o Italia, por ejemplo, y muchos, incluso, pasaron por colegios católicos”.
Es verdad que ha habido malentendidos, pero también se evangeliza con el testimonio: “Yo, porque soy cristiana, te quiero ayudar, porque hay gente muriendo de hambre. También es verdad que nunca nos han pedido que quitemos la Cruz. Cáritas, como sabes, tiene en su logo la Cruz”.
Otra cosa, nos cuenta, es tener que acomodarse al estilo del lugar. “Hay un código de vestimenta, y tenemos que respetarlo: efectivamente vamos vestidas como musulmanas”, y por precaución hacia grupos armados  “cuando entramos en Somalia tenemos que ir con escolta. Todo el mundo va allí con escolta, hay una cultura muy integrada de armas y de violencia. Si no son grupos terroristas, son clanes armados. Los occidentales tienen que llevar escolta armada. Acabas pagando dinero por tu protección: es algo con lo que tienes que vivir”.
Con todo, a María José no le falta esperanza: “Las personas con las que trabajamos en Somalia son musulmanas, no cristianas, pero entienden nuestro trabajo, entienden lo que nos mueve y lo agradecen”. Es lo que les sucedió no hace mucho: el hotel al que iban sufrió un atentado, pero “el coronel del ejército somalí de esa zona fue el que nos garantizó que no tendríamos problemas en otro hotel al que nos desviaron. Las personas del gobierno o con cierta autoridad son amables con nosotros, puesto que entienden que venimos a ayudar y hacer algo por la población. Cosas que ellos no pueden hacer y nosotros sí. Esta acogida de los somalíes es muy importante”.

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