(TeInteresa/InfoCatólica) Algunos
ayudan a las víctimas de ISIS por dinero. Otros, por caridad. El diario
italiano ‘Il Corriere della Sera’ los ha llamado ‘Los Schindler
musulmanes’, en referencia al alemán Oskar Schindler, que salvó a más de
1.200 judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Son los musulmanes,
anónimos, que desafían la cruel barbarie de ISIS, Estado Islámico, y
salvan las vidas de sus vecinos, que sólo se diferencian de ellos por su
religión.
Las historias de estos hombres se repiten. Como la de un rico hombre de negocios que compró a varias de mujeres yazidíes en el mercado de esclavas de Mosul. Las llevó a Baghdad, donde las envió por avión a sus familias en la provincia kurda.
Son suníes, pero condenan la violencia y el fanatismo de ISIS. Hablan de ellos, en voz baja, los refugiados cristianos en la zona kurda de Erbil. Por cientos, cuentan de sus vecinos musulmanes que salvaron sus vidas. Una historia que repiten los refugiados yazidíes en los campos de Dohuk, cerca de la frontera con Turquía. El diario italiano no habla de nombres, «ya que decir un nombre podría convertirse en una pena de muerte», según explica Antonio Ferrari. Si el califato los descubre, se arriesgan a una decapitación en la plaza pública.
«Coge la calle principal, gira a la derecha, donde está la carnicería, sube las escaleras del primer portal, donde encontrarás el sótano del que te hablé. Te esperan, intenta hablar con mi padre y los niños. Shukran, habibi! (¡Gracias, querido!)». Son las palabras recogidas por el diario italiano de Dhiab Butrus, un refugiado del pueblo cristiano de Qaraqosh. Habla con un vecino suyo y amigo de la infancia, que ha prometido encontrar a su padre y a otros cuatro miembros de su familia. Pese a ser sunita, el vecino ha prometido ayudarle. Sigue sus instrucciones, pero esta vez no ha habido suerte, explica el periodista. La búsqueda continúa.
Dhiab huyó de su localidad. «Cuando escapamos era de noche. Ellos dormían, no oyeron nada, y la mañana siguiente fueron capturados por los extremistas. Al comienzo tenían los móviles, hablabamos cada día. Pero desde el domingo pasado sus móviles están siempre apagados. No sé.... estoy intentando llamarles por teléfono a ver si puedo hacer algo para liberarlos», explica.
«Los hombres del Estado Islámico dicen que tenemos que convertirnos todos. Pero quizá haya una forma de pagar algo y hacer que vengan a Erbil. Tenemos que encontrar el interlocutor adecuado. Y mi amigo lo está buscando. Es un buen musulman y los conoce a todos», cuenta el joven cristiano de 30 años, que no cesa en su búsqueda de su familia.
Otro ejemplo es el de un mullah local, casado con una cristiana. «Hablan de él como un santo», cuenta el diario. «Es un hombre realmente bueno. Ayuda a todos, sin diferencias entre cristianos o musulmanes. Viaja por los lugares donde han apresado a nuestros seres queridos», explican varios refugiados.
El religioso musulmán intenta salvar a las niñas de ser vendidas como esclavas, y de los ancianos que han sido abandonados. Pero «tiene que estar atento. Ya ha sido amenazado. No puede exponerse mucho. Podrían acusarlo de traición», explica Mufid Dawoud, refugiado. Gracias a la mediación del religioso, pudo hablar con su padre de 83 años, con su tío y tres primos por teléfono.
Las historias de estos hombres se repiten. Como la de un rico hombre de negocios que compró a varias de mujeres yazidíes en el mercado de esclavas de Mosul. Las llevó a Baghdad, donde las envió por avión a sus familias en la provincia kurda.
Son suníes, pero condenan la violencia y el fanatismo de ISIS. Hablan de ellos, en voz baja, los refugiados cristianos en la zona kurda de Erbil. Por cientos, cuentan de sus vecinos musulmanes que salvaron sus vidas. Una historia que repiten los refugiados yazidíes en los campos de Dohuk, cerca de la frontera con Turquía. El diario italiano no habla de nombres, «ya que decir un nombre podría convertirse en una pena de muerte», según explica Antonio Ferrari. Si el califato los descubre, se arriesgan a una decapitación en la plaza pública.
«Coge la calle principal, gira a la derecha, donde está la carnicería, sube las escaleras del primer portal, donde encontrarás el sótano del que te hablé. Te esperan, intenta hablar con mi padre y los niños. Shukran, habibi! (¡Gracias, querido!)». Son las palabras recogidas por el diario italiano de Dhiab Butrus, un refugiado del pueblo cristiano de Qaraqosh. Habla con un vecino suyo y amigo de la infancia, que ha prometido encontrar a su padre y a otros cuatro miembros de su familia. Pese a ser sunita, el vecino ha prometido ayudarle. Sigue sus instrucciones, pero esta vez no ha habido suerte, explica el periodista. La búsqueda continúa.
Dhiab huyó de su localidad. «Cuando escapamos era de noche. Ellos dormían, no oyeron nada, y la mañana siguiente fueron capturados por los extremistas. Al comienzo tenían los móviles, hablabamos cada día. Pero desde el domingo pasado sus móviles están siempre apagados. No sé.... estoy intentando llamarles por teléfono a ver si puedo hacer algo para liberarlos», explica.
«Los hombres del Estado Islámico dicen que tenemos que convertirnos todos. Pero quizá haya una forma de pagar algo y hacer que vengan a Erbil. Tenemos que encontrar el interlocutor adecuado. Y mi amigo lo está buscando. Es un buen musulman y los conoce a todos», cuenta el joven cristiano de 30 años, que no cesa en su búsqueda de su familia.
Otro ejemplo es el de un mullah local, casado con una cristiana. «Hablan de él como un santo», cuenta el diario. «Es un hombre realmente bueno. Ayuda a todos, sin diferencias entre cristianos o musulmanes. Viaja por los lugares donde han apresado a nuestros seres queridos», explican varios refugiados.
El religioso musulmán intenta salvar a las niñas de ser vendidas como esclavas, y de los ancianos que han sido abandonados. Pero «tiene que estar atento. Ya ha sido amenazado. No puede exponerse mucho. Podrían acusarlo de traición», explica Mufid Dawoud, refugiado. Gracias a la mediación del religioso, pudo hablar con su padre de 83 años, con su tío y tres primos por teléfono.
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