“Los cristianos occidentales, por lo general, hemos olvidado el misterio de la cruz. Bajo la falacia de que ‘somos mayoría’, pensamos que teníamos comprado el paraíso en la tierra. Así, comenzamos a ver la persecución como algo arcaico. Incluso cuando ésta sobrevino, por ejemplo a los cristianos bajo el comunismo, asumimos la actitud de cierta prensa que nunca gritó por el atropello a la libertad religiosa y a veces lo justificó. ‘No es persecución. Es la justa represión policial a una Iglesia terrateniente’, escuché decir cuando joven mientras el comunismo perseguía a la Iglesia de Hungría”. Así lo expresó monseñor Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia, en su homilía del fin de semana.
El prelado advirtió que “con la caída del comunismo, muchos pensaron que sobrevendría un resurgimiento de la fe cristiana y una era de paz y de verdadera libertad religiosa”. Sin embargo, “los occidentales, muy duchos en callar esta libertad, ofrecimos a los países del Este y a todo el mundo el ídolo de la autonomía absoluta del hombre, al que hay que sacrificar todo. No sólo los monumentos históricos cristianos, la fama del Papa y la Iglesia católica. Sino las mismas realidades humanas fundamentales, asumidas y defendidas por el cristianismo, pues son el primer Evangelio de Dios Creador. A saber: la distinción de los sexos y la relación entre ambos, el matrimonio, la familia”.
En ese sentido subrayó: “En la actualidad se libra una verdadera guerra de religión. No se trata ya de una guerra entre católicos y hugonotes, sino de una guerra del hombre moderno contra el hombre creado por Dios, para recrearlo de nuevo, no según la imagen divina, sino a imagen suya. A ello van dirigidos los esfuerzos por idolatrar la palabra “discriminación”, y esgrimirla luego contra la distinción natural de los sexos, contra el matrimonio entre varón y mujer y contra la familia compuesta por padre, madre e hijos. Y así emplearla para imponer a la sociedad el matrimonio entre personas del mismo sexo, el reconocimiento como familia de la relación entre ellas con los mismos derechos que la naturaleza atribuye a la familia formada por varón y mujer”.
En esta situación, monseñor Giaquinta sostuvo que “el cristiano debe desechar de raíz toda violencia, so pena de ser vencido por el mal que quiere combatir. La violencia verbal, el escrache y todo tipo de violencia física son armas indignas de un cristiano”.
Pero aclaró que “no basta no cometer el mal” sino que el cristiano debe “realizar el bien, como miembro de la Iglesia y como ciudadano de este mundo. Como miembro de la Iglesia, ha orar de corazón por todos los que contradicen el Evangelio o difaman a la Iglesia. Como ciudadano de este mundo tiene el grave deber de participar activamente en la defensa y promoción del bien común. Y para ello ha de salir en defensa de la dignidad y distinción de los sexos, del matrimonio y de la familia”.
Por último, recomendó leer la declaración de los obispos de la 99ª Asamblea Plenaria realizada hace dos semanas, titulada “Sobre el bien inalterable del matrimonio y la familia”, dirigida “a fortalecer al cristiano en esta lucha pacífica, democrática, y valiente”.
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